miércoles, 22 de agosto de 2012

2da. parte de La Patria fusilada - Francisco Paco Urondo


F.U.: ¿Los que estaban adentro?
M.A.B.: Sí. Habían tenido tiempo de estudiar quienes eran los que estaban en su poder. Por otro lado, siguiendo con tu análisis, te voy a dar otro elemento: creo que uno de los objetivos del GAN consiste también en aislar a Perón de la guerrilla, y a la guerrilla del pueblo. Un poco cuando hablamos de ese trípode que lo constituye Perón, el pueblo y las organizaciones armadas, con un golpe así a la guerrilla y unido a eso, creo que el poder militar quería mostrar lo que evaluaba como incapacidad de respuesta en ese momento, tanto de las organizaciones como del pueblo. Pensaban que esa acción punitoria contra la guerrilla iba a alejar a la guerrilla del pueblo, un poco porque la guerrilla, digo, no estaba en condiciones de responder inmediatamente. Eso se demostró en los hechos, nos golpearon y no pudimos en ese momento mostrar una capacidad de respuesta inmediata. También estaba la incapacidad que se tenía en ese momento de generar movilizaciones para denunciar un hecho así. Pienso que era una de las cosas que el poder militar evaluó con la guerrilla. Es cierto que se estaba en un momento bastante crucial, que no se sabía lo del 25 de agosto: un momento de desconcierto.
F.U.: Vos lo que decís es que ellos evaluaron que las posibilidades de reacción inmediata eran prácticamente imposibles, que en alguna medida era cierto, pero creyeron que la no reacción inmediata suponía una neutralización.
M.A.B.: Claro, y el hecho de que nos podían golpear así iba a ser un desprestigio que lo podían superar rápidamente. Y sobre todo, pienso que era separamos a nosotros de Perón y del pueblo.
F.U.: Considerando la posibilidad de miedo por parte del pueblo y la posibilidad de romper el proceso electoral
M.A.B.: Aparte que lo obligaban a Perón a definirse de alguna manera. Pienso que son todos elementos que se juegan a nivel de decisión y que lo deben haber estudiado.
F.U.: Con el aporte de las ideas que se iban madurando en la base seguramente. Digo, como conjetura. Un análisis político por un lado, y por otro lado el aporte de estos señores que tenían la relación con ustedes.
M.A.B.: Yo creo que esto lo vinieron madurando desde bastante antes.
A.M.C.: Conversando con compañeros que habían sido detenidos en Trelew después de la masacre, y que estuvieron acá en Villa Devoto, se rumoreaba que la orden que ellos habían recibido, que había partido de la Junta, era arrasar con el aeropuerto, que un poco fue uno de los elementos que hizo que la entrega fuera inmediata. Se evaluaba que era necesario hacer una entrega antes de que llegaran las órdenes de la Junta. Un poco el hecho de que ese grupo de la marina, a la mañana ya estuviera avanzando sobre el aeropuerto, o sea, que la idea de exterminio estaba jugando antes de la masacre. Aparte, es lógico por toda una serie de hechos anteriores: se ve que dentro del GAN una de las piezas importantes es, si bien no terminar con la guerrilla, darle golpes lo más demoledores posibles. Por eso muchos compañeros, al ser arrestados e identificados, eran asesinados. Directamente, o rematados.
F.U.: La aplicación de la pena de muerte, el remate de compañeros heridos en operaciones.
R.R.H.: Desde mucho antes, esto viene pasando.
A.M.C.: Pienso que es parte de una política que alcanza en Trelew su más alto grado. O sea, que esos elementos jugaban indudablemente., no es un hecho totalmente aislado, una represión específica a la guerrilla.
M.A.B.: Yo diría, no solamente una represión específica a la guerrilla, sino a todo un sector del pueblo, o que surge del pueblo, tratando de expresar su descontento, porque no solamente es contra la guerrilla sino también contra las movilizaciones.
F.U.: Como cae Jáuregui, por ejemplo, o como caen los compañeros anónimos, todos los días, en las villa miseria. Es decir, que todo interés defendido por alguien que pertenezca a una clase popular recibe ese tratamiento. Digamos que la masacre que se va a producir está encuadrada dentro de una política de exterminio concreto y de intimidación a través del asesinato, que produce el régimen tranquilamente, desde muchos años atrás.
M.A.B.: Es toda la violencia en su forma más descarada.
R.R.H.: Forma parte de una política, Al saber ellos la gente que tienen en la base, piensan: “le damos un fuerte golpe a la guerrilla”. Una política de desarmar a los grupos embriones de vanguardia. Porque sabían el peligro que implican. Yo creo que eso constituye un ejemplo claro de lo que fue el GAN. El GAN no fue lo que declaró últimamente Lanusse, en los meses de abril y mayo, después del triunfo del pueblo. El GAN fue una serie de maniobras maquiavélicas, montadas con todo cinismo y con el claro fin de engañar nuevamente al pueblo; de la mejor manera posible, eso si. De la forma más sabía, tratando de lograr así el desplazamiento de Perón y la integración del Peronismo al sistema. Eso está clarito, porque ahí se conjugan dos cosas: la represión violentísima, el asesinato impune, por un lado, en la represión a la guerrilla, y la represión al pueblo, porque la guerrilla no es sino la expresión política del pueblo en condiciones de represión y opresión extremas. Por otro lado, la maniobra política, el tan mentado “juego limpio”, en el cual se proscribe al general Perón de una manera “legal”.
F.U.: La proscripción aparece como elemento que reemplaza a la posibilidad de complicidad de Perón con la traición al pueblo. No te olvides que la política del GAN se desencadena con el primer viaje de Paladino a Madrid, donde la misión que tienen, según se dice, es pedirle a Perón la desautorización de las formaciones especiales, cosa que Paladino no trae.
M.A.B.: Yo creo que todos los elementos que acá estamos señalando muestran la faz represiva del GAN: aparte de ser una instancia que corresponde a un poder que representa a determinados intereses, yo creo que con respecto a lo que fue Trelew, es una maniobra muy vinculada a una política.
F.U.: No es un acto de histeria, digamos.
M.A.R.: Pienso que ahí si corresponde eso de que nosotros no evaluábamos bien de que manera esa medida del GAN era la medida de un enemigo ya en retirada en aquel momento, como lo vemos ahora con mucha más claridad. Trató así de separamos de Perón impidiendo toda posibilidad de encuentro, que es lo que se dio en los meses posteriores: la unidad entre un pueblo, las organizaciones armadas y Perón. Creo que tienden directamente a eso.
F.U.: Ahora, también hay ahí un problema que es el tiempo récord en que las formas de lucha, el grado de violencia como el que expresa la guerrilla, son aceptados popularmente. Creo que los militares nunca supusieron que el pueblo lo iba a aceptar, porque ellos creían que esto no era producto de un proceso que el mismo pueblo venía haciendo, sino algo que venía de afuera. Por el hecho de que la extracción de clase de la mayor parte de los componentes de la guerrilla no pertenecía al pueblo, pensaron que el pueblo iba a rechazarlos, porque parecería que hay ignorancia en el problema ese de la diferencia que hay entre extracción de clase y pertenencia de clase. Entonces creyeron que era algo de afuera y que el pueblo no lo iba a aceptar. Y en tiempo récord lo aceptó. ¿Por qué? No porque la guerrilla sea fabulosa, porque el pueblo sea fabuloso. No, sino porque el pueblo mismo tenía una experiencia de violencia y de lucha que venía haciendo por si solo.
A.M.C.: Eso estaba fuera de los cálculos de estos señores.
M.A.B.: Eso creo que fue el gran error de ellos, o uno de los errores, y también pensar que Perón se vendía por una presidencia, una cosa así, que lo estimaban muy cortamente a Perón y a todo lo que significa el movimiento Peronista. Ese creo que es uno de los errores, no ver qué tipo de contendiente tienen en Perón.
F.U.: Precisamente, siempre en sus análisis, en sus proyectos políticos, aún en los más sagaces como fue el GAN, subestimaron la envergadura política de Perón y la presencia del pueblo con toda su experiencia. Esto es bastante claro.
M.A.B.: Si, creo que subestimaron claramente el grado de incidencia que tenía la guerrilla en el pueblo. Creo que lo demuestra la reacción, que fue unánime, de repudio a la masacre.
F.U.: Además, en la campaña es una de las consignas principales de la lucha electoral que reúne a seis millones de votantes, es decir, a más del cincuenta por ciento de los electores argentinos: “ya van a ver, ya van a ver, cuando venguemos a los muertos de Trelew”, es una de las constantes de una campaña que se caracteriza no por sus discursos, sino por las consignas, y esa fue una de las principales. Bueno, volvamos a esos días. Creo que queda claro el sentido político; creo que está completa la explicación política de la masacre.
M.A.B.: Creo que lo tendríamos que ver con un poco más de profundidad porque nunca lo hemos analizado así a fondo, yo creo que es la primera vez.
R.R.H.: Se ha dicho que la masacre de Trelew fue una decisión de la marina, que Lanusse tuvo que asumirlo o tragárselo en contra de su voluntad o sus deseos de hacerla. A mi me parece que, en ese sentido no es cierto; la decisión fue una decisión conjunta, con total acuerdo. No fue un acto de delirio de Mayorga, ni de ningún descolgado de la marina, sino que fue un hecho de conjunto.
F.U.: Es decir, que adoptaron una política, como decían ustedes recién.
M.A.B.: Ahora, lo que sí les costó mucho instrumentarlo. Yo lo que no se es si ya lo tenían pensado desde un principio o no.
F.U.: Creo que es un poco anecdótico conjeturar si lo tenían pensado desde un principio o no. A lo mejor se les ocurrió de entrada o no; lo que sí fueron consecuentes con su política.
A.M.C.: Supongo que uno de los elementos que es necesario rescatar -indica la mala evaluación que hacían de esta guerrilla-, es la reacción popular frente a la masacre; y que yo pienso que ya empieza a marcar esa retirada. Porque, a partir de entonces, se empiezan a dar una serie de hechos que articulan las movilizaciones y el accionar de la guerrilla, la táctica de Perón, que culmina con el 11 de marzo. Habría que empezar a analizar toda otra etapa, la que ahí comienza.
F.U.: Algunos compararon Trelew con Moncada. El Moncada nuestro.
A.M.C.: Indudablemente, el régimen comete un error basado en caracterizaciones incorrectas.
R.R.H.: Es decir, es una síntesis. Más que valoraciones incorrectas, pasa que ellos no están en condiciones de producir otra cosa. Recurren a los elementos que tienen como clase. Tienen una visión totalmente errónea de lo que es el pueblo. Recurren a la utilización de la fuerza, de una violencia indiscriminada, que es su forma de mantenerse en el poder; no tienen una práctica de convicción, de persuasión, sino todo lo contrario; su experiencia de poder es una experiencia de fuerza, no es obvia. En el otro aspecto tienen necesariamente que fracasar, en el aspecto del análisis, del conocimiento del pueblo, el conocimiento del mismo Perón, es imposible que lleguen a comprender cuál es el manejo del general Perón. Es totalmente imposible. En ese sentido están totalmente en desventaja ¡Qué diablos van a comprender ellos!
F.U.: Si entendieron algo, producirían otro tipo de política y dejarían de responder a un interés de clase automáticamente.
M.A.B.: Pero vos fijate que nosotros, en un principio, cuando analizamos el GAN, decíamos qué inteligente, sobrestimábamos su capacidad. Creo que así como los sobrestimábamos a ellos, subestimábamos al Movimiento. Porque nosotros teníamos también un desconocimiento de lo que era el Movimiento y del grado de desarrollo de su conciencia.
F.U.: Más que subestimación entonces, sería un desconocimiento.
M.A.B.: Sí, pero ese desconocimiento te lleva implícitamente a un acto de subestimación.
R.R.H.: Yo pienso que en el análisis que hacíamos nosotros del GAN, decíamos, como habías dicho vos, qué inteligente o qué sutil la maniobra, porque aparecía montada y había elementos dentro del Peronismo incluso, que estaban, en fin, que se prestaban para esa política. Y nosotros sabíamos que debíamos combatir a esos elementos; y en el enfrentamiento se fueron derrotando. Fuimos derrotando a la represión, pero quiero dar a entender que se le fue saliendo al paso al plan del enemigo, y así corno en aquel entonces nosotros no visualizábamos las elecciones, o mejor dicho, las visualizábamos corno tramposas -porque había sido la salida que eligió el enemigo, con las características que el enemigo quería darle-, era lógico nuestro alerta sobre el problema y estábamos dispuestos a darle batalla. Pero pienso que si bien el enemigo hizo evaluaciones incorrectas, por ejemplo la caracterización de Perón (ellos pensaron que se iba a vender por el uso del uniforme y los sueldos atrasados), había otro elemento, corno sectores traidores del movimiento dispuestos a servir de base a esa política, a los que había que combatir, ¿no?, y habrá que seguir combatiendo mientras existan. Incluso nuestra visualización del GAN en aquel momento respondía a que ese juego de cosas todavía no se había puesto en movimiento totalmente. Insisto, a partir de agosto, por utilizar corno mojón la masacre, se dan una serie de hechos que tienen una importancia terrible para esa batalla, como es, por ejemplo, el 17 de noviembre.
F.U.: Sí, la gratificación de eso es que ustedes, a menos de un año, a nueve meses de la masacre, de sobrevivientes casi accidentales de la masacre, hoy en Villa Devoto, en las vísperas de que asuma el gobierno popular, están esperando que venga todo el pueblo, concretamente, a sacarlos.
M.A.B.: Cosa que no concebíamos ni en los cálculos más optimistas.
R.R.H.: La vez pasada, leyendo los titulares de un diario, había uno que decía “El juego pendular de Lanusse”. Yo pensaba, cómo son Perón y Lanusse, las dos contrapartes: si uno jugaba en una forma pendular en lo político, el otro tenía que hacer lo mismo, necesariamente. Lo que pasa es que el general Perón tiene mucha más antigüedad que Lanusse en el juego pendular.
M.A.B.: Lo que pasa es que el juego pendular de Lanusse es una cosita...
F.U.: Este no es un problema de simetría, sino un problema de dialéctica.
R.R.H.: Me inclino a pensar que el que llevaba la manija era el general Perón.
M.A.B.: ¡No tenemos líder, eh!
F.U.: Volvamos a Trelew.
A.M.C.: Durante esos días, aparte de la figura del teniente Bravo, que se destaca, como te decía, inmediatamente, hay algunos hechos que de alguna manera preanuncian, que pueden servir de elementos para juzgar que el plan estaba diseñado ya un par de días antes. Era lo que vos me contabas los otros días, el día en que apagaban las luces del pasillo.
M.A.B.: Es una noche en que nos sacan los colchones a la una de la mañana, apagan las luces del pasillo y se oyen movimientos raros de armas, risas. Decían: “Bueno, vamos ahora”. “No, no”, y cosas así. Era una situación no común, aparte de que había gente extraña que circulaba. Antes, cuando había habido luz, habíamos visto tipos, caras nuevas.
F.U.: ¿Uniformados?
M.A.B.: No, no. Es decir, van a ser los que nos interrogan, porque esto culmina con un interrogatorio, que para ellos es el primer interrogatorio y para nosotras el segundo. Nosotras le preguntamos a un suboficial qué pasaba, Y él nos hacía la seña con el dedo como que van a tirar, como que la cosa viene pesada. Entonces nosotras lo que supusimos era que iba a haber un simulacro de fusilamiento, lo que charlábamos entre nosotras, yo estaba con la Sayo Santucho y con la Susana Lesgart y ya dijimos: “Bueno, ahora en cualquier momento estamos pensando que van a tirar tiros”, incluso decíamos: “Cualquier cosa nos ponemos cuerpo a tierra y no nos asustemos”. Estábamos un poco, no digo que asustadas, pero sí bastante tensas con la situación. Y en un momento vos sabés que incluso sacan los candados, hacen un movimiento con los candados. Lo que yo evalúo es que nos abrieron los candados, pensando que por ahí nosotros intentábamos salir, porque hicieron mucho juego con los candados. Y vuelve a pasar ese mismo suboficial y le volvemos a preguntar: “¿Que pasa?” y nos sigue haciendo esa seña, y se oye que cargan y descargan las armas, y después no pasa nada. Después nos interrogan. Y pienso, que, en aquel momento, ya se les ocurría eso, pudo haber sido un intento de que nos rebeláramos, porque aquella noche no sé si se acuerdan, nos verduguearon como locos, nos tuvieron toda la noche apoyados contra la pared y sin dejarnos dormir.
F.U.: ¿Afuera, en los pasillos?
M.A.B.: No, no, adentro. Nos provocaron mucho, mucho. Me acuerdo que se ponían en el pasillo con un pito y nos ordenaban que nos pusiéramos contra la pared, que nos paráramos, nos sentáramos, nos paráramos, nos sentáramos, así toda la noche.
R.R.H.: Y vos decís que ellos ya tenían alguna decisión sobre...
M.A.B.: Mira, yo creo que nos estaban provocando.
R.R.H.: ¿A qué hora fue eso?
M.A.B.: Eso fue cuando el primer interrogatorio, unos dos o tres días antes. Después, a eso de las cuatro de la mañana, nos empiezan a sacar y a interrogar de a uno.
F.U.: ¿Vos no estabas allí?
R.R.H.: Sí.
A.M.C.: Lo que pasa es que Haidar y yo estábamos en las últimas celdas. Realmente había diferencias entre la visión que vos tenías de los marinos que nos custodiaban; generalmente, al fondo llegaba poco de todo esto. Yo, por ejemplo, esa noche, me acuerdo que pensaba: “Puta, el jueguito que se inventó este Bravo para jodernos”, porque nos poníamos a cabecear con Delfino cuando hacían silencio, y de pronto apareció el suboficial tocando pito adentro de la celda, a través de la ventana. Es decir, cosa de joderte, dejarte entrar en sueño y despertarte.
M.A.B.: Nosotras lo que pensábamos es que era un simulacro, lo que nos había dicho el suboficial.
F.U.: ¿Eso fue dos días antes?
M.A.B.: Sí.
F. U.: Y la noche esa de la masacre, ¿cómo empezó la cosa?
M.A.B.: Nos despertaron de golpe a eso de las tres y media; le pregunté a un suboficial qué hora es y dijo que las tres y media.
R.R.H.: Primero habría que decir que estuvo el juez.
M.A.B.: Ah, sí, el día anterior estuvo un juez.
R.R.H.: El lunes, al mediodía, se hace un reconocimiento general. No se había levantado la incomunicación ni nada, pero aparece el juez y hace un reconocimiento ahí, en el hall central del edificio de la guardia. Hacen tres ruedas de detenidos, introduciendo soldados vestidos de civil para cumplimentar las normas legales sobre la rueda de detenidos; y desde posiciones bien ubicadas, los testigos hacían el reconocimiento. Por ahí anduvo el juez Quiroga con su equipo de asesores.
M.A.B.: Y estaba el fiscal.
R.R.H.: Sí toda la camarilla de la cámara. El juez Quiroga estuvo viendo como estábamos nosotros, en qué condiciones nos encontrábamos. Pero no hay mayor alternativa allí, en ese reconocimiento.
M.A.B.: Quiroga tuvo una actitud, no se cómo habrá sido con ustedes, pero con nosotras, cuando nos llevan, nos acercamos y le pregunto a Quiroga quién era él y me dijo: “Yo soy el juez Quiroga”, y yo: “¿De la Cámara Federal?” “Sí de la Cámara Federal”. Entonces yo le digo: “¿Puedo charlar con usted?” “Sí como no”. Y le digo: “Quiero charlar con usted a solas”, porque estaban todos los milicos alrededor. Entonces él les dice: “Bueno, retírense”, y ninguno se mueve, y yo le digo: “Bueno, charlamos así”, y él dice: “Pero, ¿por qué no se van?” Estaba en una situación de lo más incómoda, y no se fueron. Después a mi me retaron mucho, me dice Bravo: “¿Y por qué quería charlar usted a solas con el juez?” Una cosa, un papel totalmente ridículo el del juez.
R.R.H.: Ridículo y comprometido.
M.A.B.: Y comprometido aparte, porque si un juez, dentro de la legalidad burguesa, no es capaz de imponer su autoridad...
R.R.H.: Es decir, esa era toda la representación.
M.A.B.: Si, pero ni siquiera responde a la representación que se espera de él. Y ve perfectamente como nos apuntan, tanto es así que estábamos ahí, en el pasillo y a nosotros nos tenían con las manos en el cuello y yo le digo: “¿Por qué no les ordena que nos dejen de estar con las manos así?”; y él les dice, pero no le dan ni cinco de bolilla.
R.R.H.: Claro, él cumplía con la forma sabiendo que no le iban a llevar el apunte, pero tratando de guardar la imagen.
M.A.B.: Pero, sabés qué pasa, que te muestra toda la imagen comprometida de la justicia con el régimen.
R.R.H.: Particularmente la Cámara Federal, que fue creada por ellos para servidos.
F.U.: Paralelamente a eso, ¿se dio ahí el último interrogatorio?
M.A.B.: Sí, eso era lo más cómico, no se si les pasó a ustedes.
A.M.C.: Sí.
M.A.B.: Nosotras estábamos en el reconocimiento y allí, a cinco o seis metros del juez estaban haciendo los interrogatorios los tipos de los servicios. Nos decían: “Pónganse en los puestos que quieran” o: “Si quieren cámbiense los peinados” y al lado nos estaban interrogando.
R.R.H.: Todo era una parodia
A.M.C.: En la fila en que estaba yo, por lo menos, porque nos dividían en grupos, nos mezclaron con colimbas vestidos de civil, y pudimos charlar entre nosotros. Bravo estuvo presente en todos los reconocimientos.
M.A.B.: Bravo y Sosa.
A.M.C.: Bueno, yo me acuerdo de Bravo, a Sosa no lo vi. Entonces aprovechamos para identificarlo bien claramente a Bravo, porque habíamos escuchado varias veces el nombre, pero para no tener ninguna duda, preguntamos a uno de los colimbas quién era ese. Debía tener su famita, porque lo primero que decían es: “un hijo de puta”. Bueno, ahí también charlamos entre nosotros, como era el sexto día, qué actitud íbamos a tomar los próximos días. Charlamos con Mariano, con Bonet, y decidimos esperar dos o tres días más hasta que más o menos estuviera cumplido el plazo de incomunicación, para empezar a tomar medidas, tales como no respetar las órdenes, hasta conseguir comunicarnos con los abogados. Después del interrogatorio, a la noche, como hecho a destacar, hay un suboficial, Marchal, y otro de uno setenta de estatura, más o menos, rubio, gordito, de Rosario. Estuvieron charlando por las celdas, un poco como si no estuviera la vigilancia de los oficiales, incluso el que charlaba con Mario Delfino, este que te digo era de Rosario. A partir de esa charla, supimos que había estudiado en el Otto Krausse. Me acuerdo que nos entregaron los colchones más o menos temprano.
M.A.B.: Sí y que dijimos: “¡qué suerte, esta noche vamos a poder dormir!” Me acuerdo que Alfredo decía: “Por fin vamos a poder dormir esta noche”.
A.M.C.: Yo me acuerdo que le comentaba a Mario Delfino (que nos turnábamos: una vez dormía él con el colchón en el suelo, porque en la celda había una losa nomás donde entraba un colchón), que para que fuera la felicidad completa: “lo único que falta es que no vengan a hinchar los de los servicios y podamos dormir toda la noche”. Lo que más se sentía era el frío.
R.R.H.: Así se fueron dando una serie de cambios durante la semana en la celda, en la ubicación de cada uno en las celdas. Así, por ejemplo, Carlitos Astudillo, Capello y Ulla, que estaban en el fondo después del interrogatorio, pasaron a la primera y segunda celda. Alfredo, que estaba en la última, pasó conmigo, y yo que estaba en la de enfrente, en la cinco, pasé a la nueve, en la posición en que estaba antes. Los compañeros que estaban allí quedaron heridos en la primera ráfaga. Lo cual confirma aquello que charlábamos en el sentido de que las primeras ráfagas fueron cruzadas, ese detalle se me había olvidado.
F.U.: ¿Tiraron dos de cada ángulo del pasillo?
R.R.H.: No, comenzó tirando uno. Porque sino, si hubiera sido fuego cruzado, hubiéramos sido alcanzados de los dos lados; sin embargo, fue toda un ala que fue herida en primera instancia, desde la primera hasta la última celda; Polti, que estaba en la última, quedó herido en la primera ráfaga.
F.U.: ¿Polti?
R.R.H.: Uno de los changos compañeros que murió, Fricho, le decían Fricho. Son tres hermanos, creo, los que murieron.
F.U.: ¿A qué hora los sacaron ese día?
M.A.B.: A las tres y media. La situación ya se había relajado un poco, porque nosotros esperábamos que, al día siguiente, el juez nos tomara declaración y nos levantara la incomunicación. Ya estábamos calculando que en dos o tres días nos volvíamos a Rawson, al penal. Nos sacan a las tres y media y a nosotros nos hacen poner los colchones allá donde se abrían los pasillos. Siempre, cuando nos despertaban nos sacaban las frazadas y los colchones de tal manera que no pudiéramos dormir durante el día. Y esa noche, cosa rara, nos hacen salir a todos juntos.
A.M.C.: Permitime, el procedimiento para despertamos era siempre más o menos el mismo, pasaban pateando las puertas, pegando gritos o tocando el pito, o todo a la vez. Esa noche también lo hacen. Como elemento nuevo, digamos, era que había insultos en voz alta como: “ya van a ver lo que es meterse con la marina”. Yo lo veo a Sosa que pasa despertando, por lo menos hasta mi celda llegó Sosa; después pasó Bravo diciendo: “Ahora van a ver lo que es el terror antiguerrillero”, que era un poco la “teoría”, entre comillas, que manejaba Bravo: “al terror se le combate con el terror”. El aseguraba que nosotros éramos terroristas. De esa manera nos despertaron y, como siempre, abrían la celda, y por celda iba haciendo dejar los colchones. En el ala donde estaba María Antonia, que era el ala opuesta a la nuestra, todos dejaron los colchones; ahora, mi celda, que era la última del pasillo, no. Vos, turco, tampoco, ¿no?
R.R.H.: No.
A.M.C.: y después de esto...
F.U.: ¿Les hicieron sacar de a uno los colchones?
M.A.B.: No, nosotros salimos todos juntos. Nos hicieron formar inmediatamente en el pasillo, y cuando sacamos los colchones, una cosa que nunca nos habían hecho, nos hicieron mirar al piso.
A.M.C.: Ah, sí, esa era otra de las órdenes que nunca nos habían dado.
M.A.B.: Y lo provocaban a Mariano, le hicieron decir: “yo no soy un guerrillero, yo amo a las fuerzas armadas de mi país”, un montón de veces. Con Mariano se tiraron mucho.
F.U.: ¿Era uno de los blancos?
M.A.B.: Era uno de los blancos. Y ese día se conoce que lo buscaban a él para que se rebelara algo, para que les diera un motivo.
F.U.: ¿De ahí los hacían salir...?
M.A.B: Sí y nos hacen formar en el pasillo, siempre mirando al suelo.
F.U.: ¿De frente a la pared?
M.A.B.: No, uno detrás de otro.
A.M.C.: La orden fue confusa., fue: “Salgan a formar al pasillo”. Seguramente, ellos formaron mirando hacía la salida, pero veo que otros no, el turco formó mirando a la celda de enfrente.
R.R.H.: A la celda mía Sosa llegó y, es decir... Empezaron abriendo por la celda dos del ala de María Antonia y fueron dando toda la vuelta hasta que llegaron primero a la celda de Alberto, y luego a la mía, en ese orden, y cuando llegaron a mi celda abrieron y entró Sosa directamente. Yo no alcancé a sacar, ni Alfredo tampoco que estaba conmigo, alcanzamos a sacar los colchones y las frazadas. Ahí nomás nos dijo que nos paráramos contra la pared y que miráramos al piso; un poco como ya dijo María Antonia nosotros ya veníamos pensando que era el momento de frenar el verdugueo tomando una actitud más rígida ante ellos, pensando que ya había estado el juez y en alguna medida había posibilidades de que hubiera tornado cartas el juez, de que se nos levantara la incomunicación y se nos sacara de ahí. La cuestión es que, entonces, yo acato la orden del tipo de mirar al piso y apoyar la barbilla contra el pecho, pero lo hago displicentemente y sin cumplir a fondo la medida. El oficial Sosa, que estaba con la pistola lo mismo que Bravo, la sacó y, amartillándola, me apunta la cabeza y me dice: “Si no apoyas la barbilla contra el pecho, te pego un tiro”; yo lo cumplí y él se retiro. Terminó de salir de la celda mía y mandó a formar al pasillo: “Todo el mundo a formar al pasillo”, y ahí fue que salimos, siempre mirando al piso. Como estábamos en esa posición, es decir, nosotros estábamos en la última celda, y como no habíamos salido a llevar la colchoneta., ni la frazada, teníamos una visión muy limitada. Yo no puedo decir, por ejemplo, en qué posición estaban los otros, pero creo que yo y Alberto formamos así, un poco mirando al frente.
A.M.C.: Sí cuando yo salgo, y como mi celda era una de las últimas que formó, soy el último de la fila mirando hacia la salida, el último de la fila de la izquierda, que era, a la vez, la fila donde había menos compañeros, porque estaban en orden Susana Lesgart, Clarisa Lea Place, Alfredo Kohon, Haidar, Mario Delfino y yo. Levanto los ojos y miro a todos los compañeros formados, mirando hacia el frente la mayoría. Todavía recuerdo que veía el pullover blanco de Gaita, o sea que esa es toda la visión que tengo yo.
R.R.H.: De Pujadas.
A.M.C.: Sí de Pujadas, le decíamos el Gaita. Inmediatamente empiezan las ráfagas. Indudablemente nos agarraron totalmente de sorpresa, no esperábamos una cosa así.
F.U.: ¿Estaban formados en el pasillo cuando empiezan las ráfagas?
A.M.C.: Sí, y la primera reacción fue mirar hacia el costado, y ahí vi como recibía varios tiros Polti e inmediatamente se zambullía cuerpo a tierra adentro de la celda, cosa que hice yo también enseguida y seguían las ráfagas. Ya estaba adentro Mario Delfino, y ninguno de los dos teníamos tiros en ese momento. Siguieron las ráfagas, no eran ráfagas cortas, eran largas, por lo menos dos armas. Los otros días, charlando con María Antonia, vimos incluso que por la cantidad de compañeros que había sobre el ala derecha, concentraron el fuego sobre esa ala, y eso explica un poco que los cuatro últimos de la fila de la izquierda no tengamos tiro de ametralladora, no tengamos heridas cuando hacemos cuerpo a tierra dentro de la celda. Bueno, mi visión de lo que sucedió afuera termina ahí. Cuando hacemos cuerpo a tierra, Mario Delfino me pregunta qué hacemos, pensábamos los dos que eso era una masacre. Yo le digo: “Bueno, quedémonos cuerpo a tierra”, son las únicas palabras que nos decimos. Siguen las ráfagas, y, a partir de un momento, paran. Cuando paran se escuchan entonces quejidos, estertores de compañeros, incluso puteadas. Y empiezan a sonar disparos aislados. Me doy cuenta que están rematando, incluso alguien dice: “Este todavía vive”, e inmediatamente se escucha un tiro. Bueno, pocos momentos después, en tiempo no sé cuanto, uno o dos minutos después que terminaron las ráfagas, llega Bravo a la celda y nos hace parar, a Delfino y a mí, con las manos en la nuca, en la mitad de la celda. El estaba parado en la puerta, más o menos a un metro y medio de distancia. Nos pregunta si vamos a contestar el interrogatorio, le decimos que no, y ahí me tira, a mí primero, y cuando estoy cayendo escucho otro tiro y veo que cae Marlo Delfino. Yo lo toco y no se mueve, tampoco lo escucho quejarse. Calculo que el tiro lo mató de entrada, o lo shockeó de entrada, y perdió el conocimiento. Yo, el conocimiento no lo pierdo.
F.U.: ¿Dónde tenés el tiro vos?
A.M.C.: En el abdomen, sobre la izquierda, unos cuatro dedos por debajo de las costillas. Bravo tiró desde la cintura, con pistola. Yo no pierdo el conocimiento; enseguida empiezo a vomitar sangre, la verdad, no sentía mucho dolor con el tiro. Pienso en no moverme, en hacerme el muerto, escucho que sigue habiendo tiros, en fin, no sé cuantos minutos más y, en un momento, pasos apresurados. Ah, no, antes escucho que alguien le dice a otra persona: “Bueno, ustedes ya saben lo que pasó, ¿no?”, como recordándole algo que ya se había acordado de antemano. Después escucho una serie de pasos, como de tres o cuatro personas, que llegan apuradas, y una que dice: “¿Qué mierda pasó aquí?” A partir de ese momento no se escuchan más tiros y al ratito llega el enfermero. Escucho que están revisando a los compañeros, diciendo: “Bueno, este tiene buen pulso, este está muerto, este respira”. Entran en la celda, me revisan, yo mantengo los ojos cerrados, haciéndome el desmayado en esos momentos, y después de cinco o diez minutos vienen y me sacan en una camilla para la enfermería de la base. Y esa es la visión que yo tengo de esos momentos. Te digo, porque no fueron exactamente iguales para todos.
R.R.H.: Bueno, en la misma posición que estaba él, cuando empieza a sonar la ametralladora que tiraba barriendo el ala frente a la mía, pero comprendiéndola a Clarisa Lea Place y a Susana Lesgart, que estaban primeras en la fila donde estaba yo. Entonces, cuando levanto la vista, la ceo caer a Clarisa y a la gorda, a Susana, que estaba dando la espalda al sentido de los disparos, es decir, en una actitud así, de encogimiento y de protegerse, en una actitud así, indefensa. Bueno, vi eso y salté a la celda junto con Alfredo, los dos lo hicimos instintivamente. Nos encontramos los dos en el umbral de la puerta, del lado de adentro, uno junto al otro, protegidos de los disparos. Nos miramos y nos hicimos el comentario: “Estos están locos”, alcanzó a decir. Miro a la celda de enfrente y lo veo a Bonet que está tendido en el suelo, apoyado sobre un brazo, con la cabeza levantada. Estaba vivo. Incluso nos parecía que estaba herido en las extremidades. Humberto Toschi también estaba adentro, no recuerdo bien, pero si me acuerdo que el Indio estaba tirado y con las piernas sobre el umbral de la puerta. Pero estaban alcanzados, estaban heridos. Ya para entonces estaban sonando dos ametralladoras, porque primero empezó una, después otra, y no sé si tres, pero dos seguro. Desde esa posición pienso y miro instintivamente para ver qué se podía hacer. No se podía hacer nada. Las ventanas que había al fondo de la celda estaban enrejadas; el único lugar que me podía mover mientras tanto era ahí, en la celda. Tenía las colchonetas y se me ocurre ponerlas, pienso de inmediato que con las colchonetas no paro nada, pienso en meterme abajo de la loza que estaba empotrada en la pared y que hacía las veces de cama y me meto abajo de la loza esa, Alfredo hace otro tanto y también se mete aliado mío, del lado de afuera. Y ahí estuve unos minutos. Alfredo me había tomado el brazo. Pensé muchas cosas, y muy poco es lo que me acuerdo que pensé en ese momento. Pero pensé en general en mi familia; no puedo precisar si fue mucho lo que pensé, porque también recuerdo bien los disparos, ya para entonces los disparos de remate, y como uno de los compañeros que estaba tendido gritaba: “hijo de puta”, y enseguida un disparo de remate en respuesta a eso. Inmediatamente después del primer tiroteo, eso fue un coro de quejidos. Tal vez fue la parte más fea, cuando todos estaban heridos, nadie estaba muerto, sino que estaban todos heridos y se quejaban. Y así permanecí junto a Alfredo hasta que apareció Bravo en la puerta de mi celda, y nos ordenó que nos paráramos en el medio de la celda y, cuando estuvimos parados, desde la puerta el nos preguntó si íbamos a declarar como correspondía. Nosotros le respondimos que sí, por decirle algo, porque era una pregunta totalmente fuera de lugar, después de un ametrallamiento, de una masacre como la que se está haciendo, ¡viene a preguntar eso! Bravo estaba en ese momento con el brazo extendido, caído y suelto, y con la pistola en la mano, pero él no tiró sino que se fue y enseguidita llegó otro oficial, que ya lo habíamos visto, que siempre vestía de azul, en dos o tres ocasiones anteriores. Fue el tipo que ni bien apareció en la puerta, levantó la mano, con el brazo extendido me apuntó a mí y me tiró. El tiro me lo da aquí, en el pecho, abajo de la clavícula, en la parte izquierda. No siento en ese momento ningún dolor, sino el golpe cuando el tiro me dio en una costilla, o sea, el impacto, lo que más sentí. Bueno, por efecto del disparo caí sobre la loza esa, caí así, digamos, de bruces, y en esa posición quedé inmóvil y aparentemente lo conseguí, porque el tipo me hizo un solo disparo y enseguidita le tiró a Alfredo Kohon, que estaba parado al lado mío. A mí me tiró uno solo, pero a Alfredo le tiró varios, no sé cuantos. En el primer momento Alfredo se quejó, se quejaba de dolor, pero después ya no se quejó más, se ve que perdió el conocimiento. Hecho eso, el tipo se fue. Yo empecé a sangrar abundantemente.
F.U.: ¿Lo bala salió?
R.R.H.: Sí, sí, salió. Pegó en la costilla y salió así, para arriba, digamos. Pero salió y me había perforado el pulmón en varios lugares. Como resultado de eso, cuando yo respiraba, me salía el aire por el agujero de atrás, y mucha sangre, toda la sangre de los pulmones. Pero me hice así una composición del lugar: pensaba en la herida que tenía. Había una posibilidad concreta, si era el pulmón no tenía mucha importancia. El asunto era que no hubiera interesado alguna arteria o cosa por el estilo. Eso no lo sabía sino por la cantidad que podía ir largando, y que fue mucha, pero no tanto, se ve. No agarró ninguna arteria importante de las que hay en la zona, pero me salía sangre por la boca. Ahora, el tiempo transcurrido desde que se hacen los disparos hasta que yo siento que llegan pasos apresurados al lugar de los hechos, y gente haciendo preguntas. Aparentemente desconocían lo que había sucedido e interrogan a Bravo, entonces Bravo les responde: “Aquí Pujadas le quiso quitar la pistola al capitán, se quisieron fugar”, argumentando así el sentido de por qué se había dado todo eso. Creo que fue a los quince minutos, una cosa así de los hechos, y al rato -también estimo yo- llegaron los enfermeros. Es decir, también calculo unos treinta minutos desde que empiezan los disparos hasta que llegan los enfermeros y nos retiran a cada uno. Esa fue la primera impresión que me quedó, pero después, por la cantidad de sangre perdida y por la forma en que estaba, tal vez haya transcurrido más tiempo, pero no puedo asegurarlo. Primero, los oficiales esos que llegaron estuvieron dando vueltas por ahí, y mirando uno por uno; a mi me levantaron el brazo, me tomaron el pulso y dijeron: “Este está bien”. También le tomaron el pulso a Alfredo y dijeron: “Este está vivo”, y así anduvieron por cada uno de los que estaban tendidos mirando a cada uno de los compañeros. Esos eran oficiales, tipos vestidos de azul, yo los vi de reojo. Bueno; esa gente se retiró y, al tiempo, llegaron los enfermeros, hasta entonces yo había contenido la respiración, para tratar de aparentar así lo mejor posible, que estaba muerto. Cuando llegaron los enfermeros me empecé a quejar para que me llevaran. Y bueno, cuando me sacaron yo no había perdido el conocimiento hasta entonces, incluso salí medio apoyándome sobre las piernas, los primeros pasos los hice, antes de salir de la celda me caí. Me tuvieron que levantar para ponerme en la camilla. En una ambulancia me llevaron a la enfermería de la base; yo pensaba que me iban a llevar al sanatorio o algo por el estilo, porque sabía que ahí la base no tenía sala de operaciones ni nada. Pensaba que nos iban a llevar a un sanatorio a la ciudad, para atender a los heridos. Pero por el tiempo que había durado el recorrido me di cuenta de que estábamos en la misma base, no podíamos haber ido en tan poco tiempo hasta la ciudad. Y nos llevaron a un recinto de la enfermería donde nos pusieron a todos en camillas, a todos los heridos. Era oscuro todavía, a mi me limpiaban la herida, me taparon los dos agujeros, el de entrada y el de salida, me pusieron un calmante y me dejaron ahí. Así estuvimos, pasó bastante tiempo. Me acuerdo de María Antonia, que por la herida que tenía le sacaban la saliva con una bomba, me acuerdo de Polti, que cuando estaba agonizando lo sacaron del lugar en que estaba y lo llevaron al medio, porque estábamos todos así, a la par. Polti empezó a tener signos de agonía, ya era de día, lo llevaron al medio del recinto ese, para nada, porque lo dejaron morir. De tanto en tanto, yo le preguntaba al médico, porque vi al médico que me había atendido por una descompostura que yo había tenido unos días antes, le pregunté al médico ese qué es lo que hacían que no atendían al resto de los compañeros, a los que estaban más jodidos, los que estaban graves, por qué no los atendían. Yo, dentro de todo me sentía bien. Me daba cuenta de que solamente si estaba días así, sin atención, me podía morir a ese paso. La cuestión que la atención no se dio. Lo único que se hizo por cada uno fue aplicarle primeros auxilios. Pero ni por asomo se dio una atención acorde con la gravedad de los casos.
A.M.C.: Ni siquiera transfusiones o suero.
M.A.B.: Ni siquiera tomar el grupo sanguíneo, nada.
A.M.C.: Estaban presentes los dos médicos.
R.R.H.: Estaban los dos médicos de la base.
F.U.: ¿Así que los dejaron morir?
R.R.H.: Los dejaron morir. Los heridos eran Astudillo, Alfredo Kohon, Polti...
A.M.C.: Eramos seis.
R.R.H.: Esos tres y nosotros tres. Hay una diferencia, porque María Antonia sostiene que lo vio al Indio.
M.A.B.: No, yo no lo vi, escuché que decían, “Bonet se murió, sáquenlo”.
R.R.H.: Porque yo me podía incorporar y veía las camillas de todos. Porque estábamos todos a la par y vos estabas en diagonal.
M.A.B.: Sí, y mirando para el otro lado.
F.U.: ¿Y vos habías perdido el sentido, Alberto?
A.M.C.: Bueno, yo llego a la enfermería...
F.U.: ¿Dónde tenés el balazo vos, te entra por acá pero te toca algo?
A.M.C.: En el abdomen, me atraviesa el estómago y me sale atrás, a una altura muy cerquita de la columna. A la enfermería llego cuando tenía vómitos constantes de sangre, entonces, para vomitar, como por reflejo, tendía a incorporarme en la camilla. Los médicos no se acercaban; se acercaron los enfermeros, que eran jóvenes, yo calculo que podían ser colimbas.
M.A.B.: El que me atendía a mi era uno más viejo.
R.R.H.: Sí había varios que eran colimbas.
A.M.C.: Y lo que decían era: “tranquilícese”, y me pusieron un parche en el orificio de entrada y un parche en el orificio de salida, y fueron a buscar una jeringa y me dieron una inyección. Cuando llegué, lo vi a Polti, que estaba al lado mío, seguían Alfredo y Haidar. Después, más allá no veía; fui el anteúltimo en llegar, bah, que llevaron por lo menos. Y la última fue María Antonia. Nosotros estábamos alineados uno al lado del otro, pero a ella la pusieron atravesada adelante. Vi cuando sacan a Polti de esa fila en que estábamos y le vendan la mandíbula. Entonces lo veo a Alfredo, lo llamo, quiero estirarme para tocarlo, y veo que tiene vendada la cabeza. Se conoce que tenía un tiro en la cabeza. Yo seguía con la idea de llamarlo para ver cómo estaba. En ese momento pierdo el conocimiento. Lo vuelvo a recuperar por el movimiento de la camilla, al ser levantada cuando ya nos llevan hacia el aeropuerto para ser trasladados a Bahía.
F.U.: ¿No tenés idea de cuánto tiempo pasa hasta que los trasladan?
A.M.C.: Mirá, por el horario en que fue la operación, yo creo que el traslado empezó al mediodía del 22.
M.A.B.: ¿A vos te vieron los médicos de Bahía?
A.M.C.: No.
M.A.B.: Porque los médicos de Bahía llegaron a las doce treinta más o menos.
R.R.H.: Cuando nosotros salimos de Trelew para Bahía Blanca, los médicos salen de Bahía Blanca para Trelew. Entonces ellos hicieron una lista de la gravedad de los casos y yo me acuerdo que dijeron: “Haidar es el que está mejor”, y me pusieron primero. A nosotros dos nos trasladan en avión a Bahía Blanca, éramos los que estábamos mejor. Como resultado de eso, ninguno de los heridos es atendido, concretamente, hasta el mediodía, hasta la una más o menos, desde las tres treinta en que se dieron los hechos.
F.U.: ¿Diez horas más?
R.R.H.: Y sin ninguna, ninguna atención.
A.M.C.: Ni siquiera la reposición de la sangre que estábamos perdiendo. Creo que falta la visión de María Antonia.
M.A.B.: Cuando empiezan a disparar, yo veo al gordo ese, que nos había estado cuidando, el suboficial, el de Rosario. Veo que está disparando, y, simultáneamente me siento herida, no me doy cuenta dónde, siento como una quemazón, pero ni dolor ni nada. Mi primera reacción es meterme dentro de la celda, y en ese momento la veo a la Sayo, ahí delante de la puerta, aparentemente muerta, ahí me doy cuenta de que realmente es seria la cosa. Porque por un momento, al principio, pensé que nos tiraban a las piernas, es decir, no me daba cuenta de la situación, me costaba creerlo. Apenas entro yo, entra la petisa agarrándome el brazo y diciendo: “Estos hijos de puta me dieron”. Entonces le digo: “Tirate al piso”, y yo hice lo mismo. Trato de ver qué es lo que me pasa a mi, y veo que tengo un agujero acá, en el estómago, me acuerdo que tenía un pantalón oscuro y un pullover rojo, era más serio de lo que yo creía porque no sentía ningún dolor, ni me sangraba, ni nada. No como vos, que vomitabas. Y simultáneamente comienzo a oír como un estertor de la petisa: empieza a roncar muy fuerte y a dar quejidos al mismo tiempo, esa es la parte más fiera, unos ayes de dolor horribles, como vos decías. Y simultáneamente empiezo a escuchar tiros aislados que empiezan de adelante hacia atrás. Me doy cuenta de que están dando los tiros de gracia. Ahí me pongo a pensar: “Bueno, aquí me llegó la última hora”, y me pongo a pensar en mi familia. En ese momento se piensan muchísimas cosas: me acuerdo que pensé en mi familia, en mi compañero, pensé en mi compañero. En hechos lindos, en mi vida, pero no se, yo quería pensar mucho en un corto tiempo, pero los terminé de pensar enseguida y los tiros no llegaban, es decir, no me llegaban a mi. Ahí me entró un poco de impaciencia. Estaba esperando que me mataran de una vez por todas. Porque uno piensa: “Bueno, ya que me matan, que me maten de una vez por todas”. Ahí es cuando escucho que uno, pienso que era el petiso Ulla, por el lugar de la voz, decía: “hijo de puta”; y otro que decía -creo que era uno de los tucumanos-, que decía; “ay, mamita querida”. Después veo que llega a la puerta uno vestido de azul yo también me hacía la muerta. Ahora, a esta altura, era lo único que se me ocurría. No me acuerdo si alcanzó a tirar antes un tiro a la petisa, lo que si me acuerdo es que levanta la mano y me apunta con bastante cuidado; yo lo miro entre ojos, yo estoy tirada así sobre el hombro, y con cuidado me tira. Siento como un estallido espantoso en la cabeza, como si tuviera una bomba, pero para gran sorpresa no fui muerta. Me cuesta creer que estoy viva. Siento acá un gran hematoma y que estoy sangrando mucho, pero no pierdo el conocimiento. Sigo escuchando balazos basta que, en un determinado momento terminan; a esa altura yo pienso que ya me queda poco. El tiempo que pasa no lo puedo controlar mucho. Después escucho que hacen toda una orquestación diciendo: “Bueno, vos tenías una metra y Pujadas intentó quitártela”, haciendo como un armado de la cosa, eso escucho por un lado. Al rato viene un enfermero, viene y entra a la celda y me da vuelta, me mira la cabeza, me toma el pulso y dice: “No, está viva, sólo le interesó la mandíbula, pero se está desangrando”, y se va. Viene dos veces más Bravo a la puerta, con un jadeo totalmente nervioso, y muy preocupado por que no me moría, porque decía: “Pero esta hija de puta no se muere, cuánto tarda en desangrarse”. Y yo, cada vez que aparecía alguno en la puerta, juntaba sangre en la boca y la escupía para hacer parecer que me estaba desangrando, pese a que ya se me había parado mucho la hemorragia.
A.M.C.: Después del tiro tengo la sensación de que ese tiro me mata, no sé por qué; y me pongo a esperar el remate. En esos momentos, no sé si minutos, pasan una sucesión de pensamientos. Me acordaba lógicamente de Raquel y también de los otros compañeros; me decía: “Bueno, me llegó la hora, me toca a mí ahora”. Supongo que algo de miedo tenía, pero en todo caso era un miedo con tranquilidad. Supongo que esto es consecuencia de que uno, en la militancia... porque en la militancia se vive con la posibilidad de la tortura y, por supuesto, de la muerte. Esa situación me sirvió para comprobar eso. Los pensamientos se pasan muy rápido: las cosas agradables de la vida, recuerdos.
R.R.H.: En ese orden, pero antes de que me pegaran el tiro, mi pensamiento pasaba por lo que estaba sucediendo afuera de la celda, por la situación en la que me encontraba en ese momento. En principio la disyuntiva fue un poco la desesperación como alternativa, actuar desesperadamente, salir corriendo o cosas por el estilo; o quedarte en el molde. Es decir, cuál de las dos situaciones brindaba mejores posibilidades de salir airoso de la cuestión. La tensión era máxima, sentía los latidos del corazón a todo trapo. A partir de ahí la resignación, pensar: “Bueno, lo único que yo puedo hacer, es esto”. Y así me resigno a ser muerto en cualquier momento. Ese tiempo transcurre rápido. Después que me pegan el tiro, ya un poco la cosa estaba definida; pero también siguió la expectativa, porque seguía vivo y consciente de que no estaba grave, sobre todo después de pasados unos minutos. Mis esperanzas estaban cifradas en la posibilidad de pasar desapercibido, pero tenía una resignación, gran tensión.
M.A.B.: Yo me asombraba a mi misma de que estuviera tranquila. Con una bronca muy, muy grande, por la imposibilidad de poder tener aunque sea una mínima reacción. Veía que cualquier reacción no cabía, estaba totalmente en poder de ellos, que estaban matándonos. Eso era lo que más sentía. Pero miedo hacía... es decir, creo que uno siente que se va a morir, pero no es eso, ese temor que uno espera de que se terminó, no, estaba tranquila también por esa sensación... Yo pensaba una cosa que me preocupaba un poco, de que otros compañeros que habían muerto, que habían sido rematados, y que habían estado muy cerca de mi Yo siempre pensaba: “Qué es lo que habrán sentido”. Me acordé de ellos y dije: “Bueno, si han sentido lo mismo que yo, no es tan grave”. No era tan triste. Yo tenía una sospecha de que aunque muriera, todo seguiría. Tenía la certeza absoluta de que alguien iba a pagar por eso, una confianza total en que los compañeros..., de que algo iba a pasar después de eso. A mí por lo menos esto me ayudó mucho.
R.R.H.: Te acordás de lo que contabas el otro día. De que escribías...
M.A.B.: Ah, eso. Después, cuando lo vi al enfermero, me dí cuenta que por muerta ya no pasaba. No sabía qué hacer. Veía que tenía una herida en el estómago y me dije: “Bueno, acá si no me operan enseguida, con la cuestión de la peritonitis y todo eso de las perforaciones, tengo algunas horas”. Me daba cuenta de que el agujero que tenía en la mandíbula no era mortal y que con el que tenía en el estómago el peligro era ese de la perforación y las hemorragias internas; hay que operar enseguida. Creo que más bien no me dan el tiro, ya se ven las ganas de vivir y de hacer un esfuerzo para tratar de sobrevivir sea como sea. Siempre te queda una esperanza y luchás con ese margen. Me acuerdo que después yo decía: “Pero si me muero, quisiera escribir aunque sea en la pared los nombres que sean. Poner: Sosa, Bravo”. Pero entonces agarro, y con el dedo y con la sangre (me acuerdo que mojo el dedo) empiezo a escribir cosas en las paredes. En seguida se apiolan y viene uno con un tarrito y borra enseguida.
F.U.: ¿Qué habías escrito?
M.A.B.: L.O.M.J.E.
F.U.: ¿Lomje?
M.A.B.: L.OM.J.E., libres o muertos, jamás esclavos. Y había escrito: “Papá, mamá”, y no sé qué más. Lo borraron y después volví a escribir de nuevo. Pero mientras estaba escribiendo ya me vieron y lo volvieron a borrar.
F.U.: ¿Y qué escribiste esta vez?
M.A.B.: Escribí lo mismo. Cabeza dura...
R.R.H.: ¿Así que vos estuviste más tiempo entonces?
M.A.B.: Después de eso vino Bravo dos veces, y después siento que viene uno que dice que es el juez o algo así, que es al que le explican también. Otra vez explican la cosa. Entonces dice: “Pero, ¿no han llamado a la ambulancia?” Y otro, que no sé quién era, dice: “Pero claro, pero cómo es eso, no han llamado a las ambulancias” haciéndose el horrorizado; y ordena que llamen inmediatamente a la ambulancia. Escucho que llaman por teléfono: “Manden urgente a la ambulancia”. Me digo: “Bueno, nos van a llevar al Hospital de Trelew”; entonces empiezo a tomar más ánimo. Después, finalmente siento una ambulancia que viene y que para justo detrás de la ventana de la celda en que estaba yo. Oigo que siempre da una vuelta y se los va llevando de a uno. Yo, cada vez que los oía venir, empezaba a quejarme para que se apiolaran de que estaba viva, no fuera que me dejaran. Me acuerdo que en un momento me agarra la desesperación, porque ya habían llevado a unos cuantos y no se oía absolutamente nada.
R.R.H.: Claro, vos fuiste la última.
M.A.B.: Escuchaba que la ambulancia se iba y al rato volvía. Eran minutos medio interminables. Yo calculaba que tardaban como diez minutos entre ir y volver, no sé si ésos eran cálculos reales o irreales.
F.U.: ¿Cuántos minutos?
M.A.B.: Entre cinco y diez minutos para ir y volver.
A.M.C.: Yo calculo que el trayecto era más o menos de cinco minutos. De hecho vos estuviste más tiempo.
M.A.B.: Yo soy la última que llevan. Me acuerdo que al quedar última yo pensaba: “La pucha haber si me dejan”, porque ya empezaban a mover los cuerpos.
R.R.H.: El asunto de escribir había sido antes de que llegara la ambulancia.

M.A.B.: Sí. Ya escucho que empiezan a arrastrar cuerpos; y al final vienen y me llevan al hospital. Cuando llego a la enfermería... me acuerdo que era de noche. Cuando me llevan hay un puesto donde nos paramos, y abren la puerta, y yo me digo: “Bueno, acá me la dan ahora y me llevan”. Era una doble sensación: por un lado tenía grandes expectativas de seguir viviendo, y por otro, estaba esperando que en cualquier momento me la dieran de nuevo. Por eso yo trataba de estar atenta, de que no me agarraran desprevenida. Pero esperaba que me dieran un tiro o algo por el estilo. Me acuerdo que cuando paran, abren la puerta de atrás y miran, y yo me digo: “Bueno, acá me la dan”. Pero se conoce que era un control y me llevan a la enfermería. Cuando llego ahí, Alberto me dice: “Hola, Flaca, vos también acá”. Yo te vi medio encaramado y me decías: “Hola, Flaca”. Como estaba apoyada así, quedo de espaldas. Me acuerdo que viene un enfermo, yo casi no podía hablar por lo que tenía en la boca, y le pido agua y me moja los labios con un algodón. Después no sé si me desmayo un rato, no me acuerdo. No me dan ninguna inyección ni me limpian la herida porque estoy tal cual venía cuando me llevan a la operación. Lo único que recuerdo es que en un momento le digo al enfermo que se me acerque para que me dé agua y él que era uno más viejo, me dice que tiene órdenes de no acercarse. Cuando llego a la enfermería, lo que me parece ver es que son las seis y media de la mañana. Me acuerdo que de tanta sangre que tengo en la boca me estaba ahogando. Estaba totalmente ahogada por la sangre, y como tenía todo hinchado no podía respirar bien. Después, a eso de las doce y media (porque tenía un reloj justo enfrente) llegan los médicos de Bahía Blanca, llegan con unos pasos grandotes, con instrumental; me miran y dicen que hay que operar inmediatamente. Escucho simultáneamente que comentan que Bonnet se acaba de morir. Los médicos de Bahía Blanca sostienen que me tienen que hacer inmediatamente transfusiones, “que averiguen el grupo sanguíneo”. Lo llamo al médico y le escribo en la mano el grupo y piden dadores voluntarios de la base, a los colimbas para que den sangre.

A mí me dieron sangre los colimbas. Me acuerdo que me cortan el pullover con una tijera grandota. Me sacan la ropa y me llevan con la camilla. Me llevan a una sala de operaciones donde me dan una purga; me quedo desmayada, y cuando me despierto ya estoy arriba del avión. Uno de los médicos que habían llegado de Bahía Blanca, me dice que me habían operado y que no me moviera, que estaba con tres tubos.

F.U.: ¿Eso era arriba del avión?
MA.B.: Sí.
F.U.: ¿Entonces te habían operado en Trelew?
M.A.B.: En Trelew me habían operado. Me acuerdo que cuando llego a Bahía Blanca estoy un día atrasada, pienso que es un día antes: pierdo totalmente la noción del tiempo.
F.U.: ¿Cómo un día atrasado?
M.A.B.: Claro, pienso que tengo un día en blanco.
A.M.C.: Esa es una duda que medio nos quedó a todos.
M.A.B.: Incluso por lo que me comenta mi viejo, que llega a Bahía Blanca al día siguiente y le dicen que recién acaban de llevarme allí.
A.M.C.: Me acuerdo una cosa que le comentaba al Turco. Llego al hospital de Bahía, enseguida me llevan a una sala, cortan la ropa, averiguan el grupo sanguíneo y me dicen que me tienen que operar de inmediato. Por supuesto, yo ya sabía donde tenía el tiro, y sabía que tenía una gran hemorragia. Cuando me dicen que me van a operar, de alguna manera eso me tranquiliza. Es la primera atención seria. Voy inmediatamente a la sala de operaciones.
F.U.: ¿En Trelew?
A.M.C.: No, en Bahía. Soy trasladado en avión con el Turco. Y, ya en Bahía, inmediatamente a la sala de operaciones. Me acuerdo que me dicen: “Te vas a dormir enseguida”. Veo que me ponen una especie de mascarilla y ahí pierdo el conocimiento o me quedo dormido por efecto del gas, no sé. Cuando despierto lo veo al turco enfrente mío, y veo que es noche por la ventana. Al rato largo, porque era a la mañana, me cambian de lugar y te veo a vos.
M.A.B.: Yo te escucho.
A.M.C.: Te veo a vos, es decir, veo una cama y uno de los enfermeros me dice... que es cuando vos me hablás y ahí es cuando charlamos.
F.U.:¿Ya están los tres operados?
R.R.H.: Sí. A mí me operan último. Incluso al principio pensaban no operarme, pero después vieron que tenía tres agujeros y tuvieron que operarme para coserlos. Ahora, vos, Maria Antonia, me parece que te llevan de la base a Bahía al día siguiente.
M.A.B.: Como te decía, yo perdí el conocimiento, y cuando me despierto estoy arriba del avión; así que el lapso que hay entre la operación y el viaje a Bahía no lo sé. Pero por lo que comenta mi familia (mi viejo, que va a Trelew y después va a Bahía) es un día, y yo me acuerdo que cuando llego les pregunto a ustedes o a la enfermera qué día es y me dicen que es jueves, y yo que no, que es miércoles.
F.U.: ¿Ustedes de la muerte de los tres compañeros dónde se enteran, en Bahía?
M.A.B.: Te acordás que cuando hablamos ya dijimos: “Somos los tres que quedamos, nada más”.
A.M.C.: Sí, yo cuando despierto y lo veo al Turco le pregunto: “¿Cuántos se salvaron?”, y me dice: “Nosotros tres”. Yo no la había vista a María Antonia todavía. “¿Quién es el otro?”, le pregunto, y me dice: “María Antonia”.
F.U.: ¿Vos sos el que estaba más consciente de todos, por lo visto?
R.R.H.: Sí. A mí me operaron a la noche, a las once, en Bahía.
M.A.B.: Ah, entonces yo llego al día siguiente, seguro.
R.R.H.: Vos me parece que llegás a la tarde del día siguiente, cuando nosotros ya estábamos en el interrogatorio. Te acordás que llegó un juez militar, capitán de navío Bautista, que nos hace los interrogatorios. A mi me parece que, cuando nos sacaron de la sala grande y volvemos del interrogatorio, yo la encuentro a ella.
F.U.: ¿Te interrogaron cuarenta y ocho horas después?
R.R.H.: Sí.
M.A.B.: Y a mí me interrogan también uno o dos días después. Es una barbaridad.
R.R.H.: Son unos hijos de mil putas.
F.U.: ¿Y qué les preguntan?
M.A.B.: A mi la primera pregunta que me hacen, viene un tipo y me dice: “Soy un juez de la marina”, y le digo: “¿En carácter de qué me pregunta?”; le digo: “¿De qué se me acusa?”, y me dice: “No, no se la acusa de nada, quédese tranquila”. “Y bueno”, le digo, “qué raro”.
F.U.: ¿Y podés hablar bien?
M.A.B.: No, si estaba con la traqueotomía. Casi no podía hablar. Entonces me dice: “Vengo a hacerle unas preguntas”, y yo le digo: “No estoy muy en condiciones, pero lo que pueda contestar lo voy a hacer”; quería ver qué era lo que quería. Me dijo: “No, usted va como testigo”. Me toma las impresiones digitales. Entonces me dice: “Lo que tenemos que hacer es una investigación a fondo de todos los hechos” y yo: “Ah, qué bien”. Me dice: “¿Dónde estaba usted cuando Mariano Pujadas intentó quitarle la ametralladora al personal de marina?” Yo prácticamente no contesté al interrogatorio. Es un nuevo interrogatorio al que contesto: “Sí, no, sí, no”.
R.R.H.: Yo creo que deberíamos destacar la atención que nos dieron los médicos de Bahía Blanca. Fue muy buena. Se preocuparon, y mucho, por el estado en que nos encontrábamos nosotros. Los marigonetes se ocupaban de hacer publicidad con nosotros. Llevaron ahí a equipos de TV.
M.A.B.: No, pero eso de los equipos de TV fue por una exigencia de los familiares y los abogados.
A.M.C.: Se armó un despelote de la gran puta.
M.A.B.: No, eso fue por los marinos, porque estaba mi viejo y me contó que ellos querían entrar a la base para ver, porque todo el mundo pensó que nos iban a matar en el hospital. Entonces los abogados de Bahía, vino mucha gente de Bahía. También estaba tu viejo; empezaron a hinchar y lo que consiguieron fue que hicieran un recurso de habeas corpus por nuestras vidas. También consiguieron que dejaran entrar a la prensa; a los familiares no los dejaron entrar. Consiguieron que entrara la prensa y un médico civil, que es el mismo al que después le ponen una bomba. Un médico de Punta Alta. Pero eso no fue una cosa que ellos quisieron, sino una exigencia.
R.R.H.: El juez militar que estuvo a cargo del sumario, capitán de navío Ortíz, bien jodido el tipo. Su intención era tratar de aprovechar las condiciones en que nosotros nos encontrábamos, de gran tensión, inseguridad e incertidumbre. Yo creo que ninguno de nosotros se consideraba a salvo por el hecho de estar ahí, estábamos bajo coacción física en la declaración y trataba de sacar para la declaración el mejor partido de esa situación. Pero creo que se llevó un fiasco con nosotros. Las declaraciones que le hicimos fueron lapidarias para él. Además, el tipo secuestró todas las pruebas. Por ejemplo, las ropas. Cuando yo me apiolé de que nos podían esconder las ropas (nos desnudaron y nos dejaron con un camisón) y que la ropa podía dar muestras de las distancias a que se hicieron los disparos, ya era tarde. Todo lo que pudiera ser objeto de pericia fue secuestrado por ese tipo: concretamente, yo reclamé la ropa y el tipo me la negó, diciendo que estaba en poder de la justicia militar. Y yo le preguntaba: “¿Qué es lo que me va a hacer la justicia militar?” “Nosotros”, nos dice, “nos vamos a encargar de toda la responsabilidad en lo que atañe a la parte militar, y el juez Quiroga se va a hacer cargo de todo lo que hace a la responsabilidad en la parte civil”. Hasta dos o tres meses después de ese hecho, el juez Quiroga no mostró la jeta por ahí, ni por acá, ni por ningún lado. Se lavó olímpicamente las manos. Sabía que no tenía nada que hacer ni que decir con nosotros.
M.A.B.: El juez militar se aprovechó de nuestra situación, yo no estaba en la más mínima condición; me acuerdo que termino (me tiene como dos horas, ya no daba más) con una especie de crisis nerviosa, totalmente agotada. Me acuerdo que me tienen que dar como dos o tres calmantes porque estaba temblando en la cama.
F.U.: ¿A vos cuántas veces te fue a ver?
R.R.H.: Que se yo, como cinco veces. Hasta que al final le dije al viejito ese: “No quiero verlo más”.
A.M.C.: Sí, a García.
R.R.H.: No me acuerdo del nombre. Ese interrogatorio era, pura joda. “No lo quiero ver más, díganle que se vaya, que no lo quiero ver”. Yo ya estaba bien, pero me tenía inflado, me venía con una pistola. “¿Qué pistola es esta?”, me decía: “No tengo lentes, que se yo que pistola es esa”. Después me trajo los lentes para que me dijera de qué calibre era la pistola que me estaba mostrando; porque yo le había dicho que la pistola con la cual me habían tirado era calibre cuarenta y cinco; entonces el tipo me trajo una pistola para que la viera y le dijera de qué calibre era.
A.M.C.: Sí. Era increíble. Cuando me sacan de la sala, cuando estaba en el posoperatorio, me explica que es el juez que va a investigar el suceso desde el punto de vista de la responsabilidad de la marina, y me pregunta si voy a declarar. A mi me pareció que era necesario relatar a cualquier persona cómo habían sido los hechos. Que eso se pudiera sacar de nosotros, me parecía muy importante. Entonces le digo que sí, que voy a declarar, y me escucha todo el relato, y van escribiendo prácticamente sin interrupción.
M.A.B.: Ah, a vos te hicieron así. A mí me hacían preguntas.
A.M.C.: Sí, prácticamente sin interrupción, una que otra pregunta.
M.A.B.: A mí me hicieron preguntas.
A.M.C.: No, la primera vez fue sólo un relato mío. Las otras veces que vino a verme, que fueron en total como cinco, siempre era de noche y hacía preguntas relacionadas con la declaración y, por ejemplo, también un reconocimiento de armas. Yo también le había dicho que me habían tirado con una pistola cuarenta y cinco, y un día llega, pone la mesa, pone la máquina, estábamos en una piecita, y saca una pistola y me apunta. A la vez que me apunta me dice: “¿Qué arma es esta?” Le digo que es una cuarenta y cinco, entonces me la acerca para que compruebe, y me dice: “Fíjese”. Mientras tanto, el escribiente ese escribía todo esto en la declaración. Así, estaba hablando conmigo, y de pronto se daba vuelta, sacaba un cargador del bolsillo y me apuntaba: “¿Qué cargador es este?” Al otro día de lo que hace con la cuarenta y cinco, sacó una Browning. Me apunta y me dice: “¿Qué arma es esta?” Le digo: “Browning”. Me la entrega para que confirme, para que la revise. Toda una actitud para intimidarme, pienso que quería demostrar que todavía estábamos en sus manos. Después era con la ropa también. Traía la ropa y me preguntaba si era mía. Toda la que trajo era mía. Y me preguntaba dónde la había “comprado”. “Bueno, fíjese en la etiqueta, no tengo la menor idea. Me la mandó mi madre desde Buenos Aires”. Y la secuestró, como decía Ricardo, toda la ropa. Incluso la remera de nylon que me quedaba bastante bien, la traje de Córdoba. Después vinieron los camarógrafos del canal de televisión y yo me di cuenta, porque uno me dijo: “Bueno, hacé algún movimiento, porque esto es para televisar y mostrar que ustedes están bien”. Entonces me arreglé el tubito que me salía. Estábamos llenos de tubos a esa altura. A los cinco días tengo la primera visita.
M.A.B.: Antes nos dieron los diarios. Nos daban La Prensa.
A.M.C.: Ah, sí, pero no nos dejaban leer revistas, no nos daban los diarios todos los días y tengo cuatro visitas. La primera es de un abogado. Le cuento lo que pasó, siempre con la idea de contar cómo había sido la masacre, por si nos llegaba a pasar algo, para que eso se conociera afuera; además, era el reaseguro: nuestra seguridad dependía un poco de eso. Indudablemente que la masacre fue planificada para que no quedara nadie. Ahí intervinieron esos elementos que ellos no evaluaron bien, fundamentalmente supongo que la resistencia física nuestra. Al principio, la falta de atención médica, todo buscaba que no hubiera sobrevivientes. Pero pienso que no salieron las cosas para que eso fuera así como esperaban. Hubo fallas en su plan. Por eso las versiones eran importantes. Las visitas se hacían con una reja con tela de alambre. Me acuerdo que cuando me avisaron que va a venir mi padre, le pido permiso al oficial de servicio de inteligencia naval, que me deje darle un beso. Me niega el permiso. Entonces tengo que ver a mis padres a una distancia de dos metros, más o menos.
F.U.: ¿Te llevaban en una camilla?
A.M.C.: No, ya estaba en la cama.
M.A.B.: Ponían una especie de caballete con una malla de alambre. Y además un tipo con Fal en la puerta.
A.M.C.: Y el tipo de los servicios navales ahí presente. Después tuve la visita de un abogado que también me preguntó cómo estaba y le dije que bien. Que había sido una masacre, y le relaté con todos los detalles posibles cómo había sido el hecho. Ahí ya me quedé bastante más tranquilo. Para mí haber contado la versión era muy importante, que se conociera eso afuera. En realidad, desde poco después de la operación yo me sentía seguro.
M.A.B.: Aparte que la actitud de los médicos era muy tranquilizadora.
A.M.C.: Sí, realmente. Excedían la frialdad profesional por lejos, era de una afectividad increíble. Cada dos horas nos visitaba una junta de médicos.
M.A.B.: Y la actitud de los enfermeros, sí, que combinan esa actitud con una delicadeza, con cuidado asombroso.
A.M.C.: Nos afectaban, nos traían revistas, nos preguntaban si queríamos algo. La atención creo que se excedía. Estuvimos siete días en total. Incluso con algunos médicos hubo charlas políticas. Ninguno nos condenaba, un poco cuestionaban nuestro método, no siempre. Algunos directamente esquivaban la discusión. A todos, por supuesto, yo les conté que había sido una masacre, a los médicos y a los enfermeros. Ninguno retrucaba. Hubo un médico que dijo; “Eso no puede ser”, que un poco negó; pero el resto aceptó. Por lo menos ni lo discutió ni argumentó nada en contra. De alguna manera reconocían que nuestra lucha era justa, porque uno de ellos había hecho investigaciones en el Norte y hablamos sobre la mortalidad infantil, qué era nuestra violencia, qué era la violencia del régimen. Y, justamente, yo nombré el índice de mortalidad y de allí surgió la charla de que uno de ellos había hecho un trabajo en el Norte. Incluso yo le comentaba que el servicio y la atención que había en ese hospital naval no se encontraba en ningún otro hospital: la característica de privilegiados que tienen las fuerzas armadas.
F.U.: ¿El hospital ese está en la base?
R.R.H.: No, está fuera del perímetro de la base, pero está al lado. Los jardines del hospital son lindantes con el terreno de la base.
F.U.: ¿Los médicos son oficiales?
A.M.C.: Claro, son enganchados, digamos.
M.A.B.: Sí pero hacen la carrera de oficiales en la marina.
A.M.C.: Se reciben de médicos y después se enganchan. Lo que noté es que de alguna manera los molestábamos nosotros, nuestra presencia. Porque había en el piso un despliegue de tropas de la infantería de marina (por los comentarios que escuche) con la bayoneta calada. Yo veía pasar al médico, los pasillos son angostos, y cada vez que pasaba al lado del soldado tenía que correrle el fusil, porque sino se ensartaba en la bayoneta. Entraba medio a las puteadas.
M.A.B.: Aparte, la posibilidad de escaparnos en el estado en que estábamos era un absurdo.
A.M.C.: Después sucedió una cosa: había entrado un enfermero a cambiarme las gasas, y me acuerdo que me doy vuelta y me inclino sobre la cama de al lado para agarrar el papagayo; y el tipo del Fal se vino al humo diciendo: “Cuidado, doctor”, como si yo fuese a atacar al enfermero. Se nota que la función que tenía era no quitarnos el ojo de encima. Me acuerdo que estaba el tipo parado ahí y lo veía todo el tiempo. No cerraba la puerta de la habitación.
R.R.H.: Había un oficial. Yo charlé con uno de ellos, charlé largo y el tipo se mostró comprensivo, incluso interesado en lo que estábamos nosotros, en lo que hacíamos.
F.U.: ¿Y así termina la historia?
M.A.B.: Y venimos a caer acá con el régimen de máxima peligrosidad.
A.M.C.: A veces alguien se acerca y dice: “Me podés contar, si a vos no te molesta”. Para nosotros relatar lo de Trelew es una obligación. Para con nuestro pueblo, por todos los compañeros que murieron allí, que aportaron con su muerte, con su lucha, a todo ese proceso. A mí me alegraba que todas las personas que fui tratando después, cuando me trajeron acá, no ponían en duda que había sido una masacre. Simplemente querían conocer bien cómo habían sido los hechos. Tanto los presos (los compañeros ninguno, por supuesto), los presos comunes; incluso los celadores, los médicos, ninguno dudaba de que había sido una masacre. Simplemente querían conocer el relato de los hechos.
R.R.H.: Quería decir que nosotros cuando hablamos estamos un poco contando la experiencia de todos, de los que murieron y de los que vivieron. Es una cosa totalmente impersonal. Si algo tenemos que hacer, si para algo sobrevivimos nosotros, es para transmitir todo eso que los otros, por haber muerto, no pueden hacerlo.


Compañeros asesinados en Trelew:

Ana María Villarreal - Susana Lesgart - Clarisa Rosa Lea Place - María Angélica Sabelli - Alfredo Elías Kohon - Carlos Heriberto Astudillo - Eduardo Adolfo Capello - Alberto Carlos del Rey - Mario Emilio Delfino - Mariano Pujadas - Miguel Angel Polti - Humberto Adrián Toschi - José Ricardo Mena - Humberto Segundo Suárez - Jorge Alejandro Ulla - Rubén Pedro Bonet

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